lunes, 30 de abril de 2012

MADRE LAURA MONTOYA UPEGÜI






MADRE LAURA MONTOYA
Documento  elaborado por las Misioneras de María Inmaculada
y Santa Catalina de Sena.





 DATOS BIOGRÁFICOS

La cuna de esta heroína colombiana, Madre Laura de Santa Catalina, es Jericó, ciudad del suroeste de Antioquia, muy distante de Medellín, a donde se había trasladado la familia Montoya Upegui, por haber sido nombrado su padre, Don Juan de la Cruz Montoya, Jefe Civil de la Plaza Militar de Jericó.
Este cargo lo aceptó Don Juan por defender la religión y la patria, tan amenazada por las sangrientas revoluciones de la época. A las 8 a.m. del 26 de mayo de 1874 nació Laura y a las 12 m. del mismo día fue su bautismo, gracias a las exigencias de su madre, Doña María Dolores Upegui de Montoya.

UNA INFANCIA SUFRIDA - Mamá, ¿quién es ese señor por el cual nos haces rezar tanto todos los días? - Es el asesino de tu padre. Debemos amarlo, como Jesús nos manda amar a los enemigos, pidiendo por su conversión.

- ¡Pero mamá, los asesinos deben ir a la cárcel! - Con la venganza no ganamos nada. Nuestra mayor satisfacción será la de verle arrepentido. La mujer que así formaba a sus hijos era Dolores Upegui, viuda de Juan de la Cruz Montoya, buen comerciante y mejor médico, asesinado alevosamente en Jericó (Antioquia-Colombia) en diciembre de 1876. Tuvieron tres hijos en cinco años de matrimonio: Carmelina, Juan de la Cruz y Laura, que entonces tenía dos años. Gozaban de un cierto bienestar económico, pero la muerte del padre sumió a la familia en la pobreza, agravada por algunas circunstancias como la derrota de las fuerzas conseradoras de Antioquia y el evidente rechazo de que era objeto la señora Dolores por parte de sus familiares, especialmente de los parientes políticos.

La infancia de Laura no fue muy feliz. Su hermana Carmelina era esbelta, blanca y amable, siempre enfermiza. A ella, en cambio, le reprochaban ser morena y llegó a pensar que no era hija de Dolores, sino de una antigua cocinera de la casa... La mimada era Carmelina; la preferida de todos, la bien vista. Sin tener envidia de su hermana, Laura no dejó de percibir estas preferencias y adquirió un fuerte complejo de víctima, que la alejó progresivamente de su madre, de cuyo afecto no estaba convencida. Así como había aprendido a amar a sus enemigos -lo que le fue muy útil muchas veces en la vida-, aprendió también a pasar casi inadvertida y a arreglárselas por sí misma. El abandono y la marginación rodearon su niñez y su adolescencia. Ya que no alcanzaba el pan para todos, los abuelos decidieron llevarse a una de las nietas a su finca, cerca de Amalfi. Carmelina se negó a alejarse de su madre, y entonces se llevaron a Laura: al fin era de su familia. Pero tampoco ellos fueron amables con la niña; más bien les fastidiaba su presencia, le hablaban bruscamente, la trataban con rigor, sin advertir cuánta necesidad de afecto tenía la pequeña huérfana. El abuelo era de mal carácter y mientras le encantaban las gracias de Carmelina, se endurecía cuando veía a Laura, quien se sentía obligada a hacer vida solitaria alrededor de la casa, lejos de toda mirada y al margen del horario de los demás. "Jamás logré comprender -dice Laura- el motivo de tan crueles rechazos". Viviendo en un ambiente tan conflictivo se resignó a hacer el papel de "patito feo" y se convenció de que era antipática: Lloraba pocas veces. Le gustaba vivir sola y refugiarse en la naturaleza. No era una niña piadosa: rezaba sólo para que la dejaran en paz y porque en esos momentos nadie la miraba con malos ojos. Pero era muy distraída en la oración. Dios no le decía nada. Hasta que un día, observando atentamente las hormigas en la soledad de la finca del abuelo, fue herida como por un rayo: un conocimiento de Dios improviso, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso que, después de estudiar tanto en el resto de su vida, no supo más de Dios de lo que supo entonces. Por primera vez llegó a pensar en Dios como en un padre. Ya no sintió su orfandad, su alma se llenó de luz, de Dios, de dulzura. Tenía siete años. Empezó entonces a gustar más de la soledad. A ESTUDIAR Cuando el abuelo enfermó, Laura se dedicó a curarlo, a pesar de que él siempre le había demostrado rechazo, y le prodigaba mil atenciones. Al principio no eran bien recibidas, pero luego el anciano se dejó vencer y cambió su actitud con la nieta: ¡llegó a preferirla a Carmelina! Con su muerte comenzaron para la familia otros inconvenientes, nuevos peregrinajes en busca del pan de cada día. Se decidió que Laura debía graduarse de maestra, para sustentar a su madre y a sus dos hermanos. Tenía 16 años y debía establecerse en Medellín para estudiar. Pensó alojarse donde una tía, directora de un manicomio. Pero ésta había decidido ausentarse definitivamente del centro de salud mental. Preocupada por su alojamiento, Laura la convenció de que la dejase vivir allí, asumiendo ella la dirección. Fue ésta la ocasión para manifestar su carácter emprendedor y su entereza asombrosa que la hizo enfrentarse sola a un mundo hostil y manejado demasiadas veces por gente sin escrúpulos. Hasta entonces no había hecho estudios regulares, pero la necesidad de ganarse el sustento hizo que se presentara al Instituto Normal. La directora la recibió con frialdad y le pregunto qué quería. - Vengo para ser maestra, porque mi madre lo necesita. - ¿Y quién la recomienda? - Nadie. Sólo necesito ser maestra. - ¿Presentó la documentación? ¿Sabe mucho? - No, señora. No sé nada. Laura no tenía miedo; su fe en Dios era grande. Consiguió una beca del gobierno y se puso a estudiar. La vida en el colegio no le fue fácil. Las compañeras, de clase acomodada, envidiosas por sus éxitos en el estudio, la marginaron. Laura perdonaba y seguía adelante. ¡Se lo había enseñado la vida! MAESTRA En 1893 se graduó de maestra. Por necesidad tuvo que ponerse a trabajar de inmediato. La destinaron a la escuela superior de Amalfi. Era un cargo para adultos expertos, mientras ella era aún adolescente: ¡tenía 19 años! Sin embargo, se mostró merecedora de la confianza que le habían demostrado. Laura demostró una perfecta vocación docente y una sólida piedad cristiana. Pero un profesor ateo y anticlerical, le declaró la guerra, hasta tal punto que se llegó a cerrar la escuela. En 1895 fue destinada a la escuela superior de Fredonia y el año siguiente; a Santo Domingo. Allí comenzó a visitar a las personas que vivían en los caseríos, veredas, cerros y montes, para hablarles de Dios. En este apostolado encontraba mucha satisfacción. No pensaba aún en los indígenas, que más tarde llegarían a ser "la llaga" de su corazón. En 1897 se fue a Medellín, donde su prima había fundado un colegio para niñas ricas. Laura sería la vicedirectora, encargada de la disciplina. El colegio se hizo famoso y Laura también. NUEVOS HORIZONTES Tenía ya treinta años. Su niñez solitaria, había dado paso a la adolescencia inquieta y a la juventud plena y exitosa. Durante doce años había tratado de amar y servir a Dios y al prójimo con toda dedicación. Pero ahora nacían en su alma sentimientos nuevos. Por primera vez le vino a la mente la posibilidad de ir a trabajar entre los indígenas, dedicándose en la selva a la enseñanza y a la agricultura. Habló del asunto con un sacerdote, quien le prohibió seriamente pensar en esa empresa. Era inadmisible en esa época que una mujer trabajara sola en la selva, entre indígenas abandonados desde siempre a su suerte, ¡una locura! La cosa quedó ahí, aunque Dios la Ilamaba precisamente a eso. Laura no lo sabía, pero debía esperar la hora del Señor. Aceptó un puesto en Marinilla, por un año, después del cual un sacerdote amigo le propuso fundar un colegio en Jardín, bellísimo rincón de Antioquia. Laura rehusó, pero se entusiasmó cuando el mismo sacerdote le hizo saber que cerca del pueblo vivían unos indios que él no había podido visitar como era su deseo, por falta de compañía. Laura se ofreció a acompañarlo, sin pensarlo dos veces. Fue la chispa que orientó el resto de su vida, la que haría de ella un regalo de Dios para la Iglesia Latinoamericana y para el mundo entero. Comunicó la buena noticia a dos compañeras y durante dos meses se dedicaron a recoger medicinas, telas, provisiones y otros enseres, para llevarles a los indígenas de Guapa. Este primer viaje fue lleno de peripecias. Muchos indígenas se acercaron, sin entender palabra. Conforme a las ideas de ese tiempo, inaceptables hoy, fueron catequizados sumariamente y bautizados con inmensa alegría. Al regreso Laura había decidido ya que no abandonaría esa gente. Tenia la absoluta convicción de que estaba llamada al apostolado entre los infieles de su patria. Pero la hora no había sonado todavía. LA ENSEÑANZA OTRA VEZ No vislumbrando manera de empezar la obra, aceptó la propuesta de abrir de nuevo el colegio. Comenzaron otra vez las oposiciones, especialmente de parte de aquellos que debieron apoyarla más. Ésta fue la cruz de toda su vida apostólica. Fue considerada "irregular, desviada, loca". No se entendía esa mujer soltera, que soñaba con meterse en las montañas para enseñar a los indígenas... Las mujeres sólo debían casarse, atender la casa, criar hijos e ir a la iglesia. ¡Era una visionaria! Fueron especialmente "los buenos" los que se le opusieron más. Pudo decir:... "Todo viene de Dios, que quiere que sea yo incomprendida siempre. Dios que sabe que la oposición de los buenos es la mejor para depurar el alma, la sostiene". Lo había experimentado desde pequeña, cuando fue llevada a la finca del abuelo. Lo sufrió durante casi toda su vida. "Si el grano de trigo no muere, no da fruto", dijo Jesús. Laura lo supo. Se le opusieron los colegas en la enseñanza, los confesores, quienes por lo general fueron muy duros con ella y muchas veces, abierta o disimuladamente la abandonaron, no la comprendieron, trataron de desviarla de sus ideas misioneras. ¿Cómo iban a pensar diversamente de lo común de la gente respecto al trabajo misionero de una mujer (que además no era ni casada, ni religiosa) entre los indígenas? ¡Eran hijos de su tiempo! BUSCANDO APOYO En 1910 Laura acudió al nuevo presidente de Colombia, Carlos E. Restrepo. Su padre había sido un gran defensor de los indígenas. EI Presidente reconocía que a pesar de los esfuerzos en su favor y del dinero invertido en su promoción, los indígenas de Antioquia se mostraban "irreductibles". Permanecían aislados y aferrados a sus ideas y costumbres. Laura le explicó su proyecto y escuchó los razonamientos del gobernante, luego le dijo: -"Un hombre que puede domar una fiera en el circo, no podría criar un niño, ni asistir a un agonizante... Entre los débiles y pequeños, el triunfo es reservado a la mujer". El mandatario se sonrió y, aun desconfiando de los resultados, le prometió allí mismo su ayuda. Laura no sabía todavía con qué personas contaría para su empresa. No tenía idea de cómo la llevaría a cabo. Sólo en su imaginación se veía en compañía de otras señoritas, metidas en la selva muy espesa, con unos vestidos campesinos, en unos ranchitos o bajo tiendas de campaña, orando, trabajando en la casa, visitando a los indígenas en sus bohíos: los curaban, les enseñaban, los bautizaban, compartían con ellos los frutos de la tierra que ellos cultivaban y los peces y la caza de ellos... No serían religiosas. Ni tampoco pensaba dar continuidad a su obra. Decía -"No estoy obligada sino a trabajar durante mi vida. Si alguien nos sigue después, bien. Y si no, Dios dispondrá mejor". Veía la cosa tan de incumbencia de Dios que ni siquiera pensaba en ello. Preocupada por su ideal, acudió a varias comunidades religiosas tratando de persuadir a las superioras para que aceptaran misiones entre los indígenas; pero todas le respondían que ese tipo de apostolado no entraba en sus posibilidades: no podían aceptar misiones donde no hubiese casa regular, sacerdote para atender las necesidades espirituales de las hermanas, condiciones de vida en cierto sentido confortables. ¡Que desilusión para Laura, decidida a cualquier sacrificio con tal de servir a los pobres indígenas! No comprendía. ¿Qué hacer? Se le ocurrió una idea. Tenía ahorros en el Banco. Los sacó y decidió hacer un viaje a Roma y presentar al Papa la triste situación de los indígenas latinoamericanos, marginados en todos los sentidos: político, social, económico; olvidados por el gobierno, ¡y por la misma Iglesia! No pudo llevar a cabo el viaje. Entonces escribió una larga carta al Pontífice. La respuesta le llegó en la encíclica "
Lacrimabili statu" en la que el Papa pedía a los obispos americanos que velasen por el bien material, moral y espiritual de los indígenas. Esto le dio alas y comenzó a preparar una nueva excursión al Chocó. No tenía todavía compañeras para la empresa, pero estaba segura de que Dios se las estaba preparando en alguna parte. Confiaba en que la obra se realizaría por los caminos que el Señor mismo iría señalando. Se puso en contacto con monseñor Juan Gil y García, prefecto apostólico del Chocó. Mientras éste buscaba sacerdotes de su comunidad en Europa, para ponerlos en la obra de los indígenas ideada por Laura, ella se encargaría de buscar compañeras para la empresa. Decía: "Respecto a recursos, Dios en alguna parte los tendrá. En cuanto a las compañeras -el prelado dudaba de que las pudiera conseguir- usted no se preocupe, que locas ha habido en todos los siglos y yo las encontraré. Yo sé que para esta obra, sobre todo en sus principios, no se necesita sino la condición de que sean locas". Ella tenía toda su confianza en el Señor, pero, decididamente las cosas no marchaban como las soñaba. Monseñor Gil y García murió, cuando todo parecía encaminarse bien. Laura no se desanimó, sabía que los caminos de Dios son muy diferentes de los de los hombres. Las compañeras se le presentaron espontáneamente, todas deseosas de acompañarla en su inusitada aventura. Laura les preguntó: - ¿Se someten a vivir bajo una tienda de campaña, para atraer a los indígenas? ¿A trabajar sin ningún fruto? ¿A cocinar? ¿A que los indígenas las desprecien? ¿Se someten a tener que volver, huyendo de la ferocidad de los indígenas y aguantar la rechifla de Medellín? ¿Lo sacrifican todo por la salvación de ellos? ¡No era blanda Laura! Todas respondieron afirmativamente. Sólo una dijo que no podría sobrevivir sin leche. Laura le aconsejó que regresara a su casa y le pidió que rezara por el éxito de la misión. Pero no era todavía aquella la hora señalada por Dios. ENCUENTRO CON MONSEÑOR CRESPO En diciembre de 1911 el jesuita guatemalteco Luis Javier Muñoz se encontró con Laura, quien le habló de su ideal misionero. EI religioso en seguida le sugirió: - Busque su campo de trabajo por el occidente de Antioquia. Mire hacia Dabeiba. Y hable con monseñor Crespo, obispo de Antioquia". Laura, con cierto temor, justificado por la constante oposición que le ponían los "buenos", escribió una carta al prelado, pidiéndole audiencia. Sabía que era muy serio y austero. Llegó el día del encuentro con el obispo. - ¿De manera que Ileva entre manos la santa empresa de salvar a los indios? - Sí, excelencia. De trabajar siquiera un poco por ellos. - Pues yo recibo esa obra con alma, vida y corazón. Yo la apoyaré siempre, y cuando escaseen los dineros de la diócesis, me queda mi bolsillo, que pongo a sus órdenes. No llevó al principio sino cuatro compañeras. Lo único que le faltaba era un sacerdote, pero Dios habría de facilitarlo. Laura explicó al obispo que con sus compañeras harían el voto de castidad por pura devoción, para no parecer casadas con los indios; para no caer en la tentación de negociar con ellos, harían el voto de pobreza; y para trabajar ordenadamente harían el voto de obediencia. A monseñor Crespo le pareció bien. Llena de entusiasmo comenzó a preparar su viaje. Esta vez se iría por tierras de Frontino. Apenas llegada allí, el sacerdote y los pobladores le aconsejaron que dejara que los indígenas siguieran "viviendo como felices salvajes". A ella le ofendió el calificativo. Sin hacer caso a nadie, furtivamente llegó hasta Ríoverde y allí, por señas y con regalos, logró ganarse la confianza de los nativos. Le pidieron que regresara pronto. Llena de alegría Laura volvió a Medellín, para reclutar compañeras. Habló también con el provincial de los Carmelitas, para pedirle que fundara misiones en los mismos territorios. Éste le hizo caer en la cuenta de que estaba por fundar una nueva Congregación. Laura respondió: - No me importa ser religiosa o no. Haré simplemente lo necesario para rescatar a los indígenas. Esta tarea había Ilegado a ser su más profundo anhelo. Se le unieron cinco señoritas de familias distinguidas y su propia madre, doña Dolores. Laura les pintó con crudos colores lo difícil de la empresa: habría pobreza, hambre, soledad, incomprensiones, calumnias, tal vez la muerte en la selva hostil. Todas aceptaron sencillamente lo heroico. Algunas señoras pudientes apoyaron la empresa, ofreciendo utensilios, ropa y dinero. Laura aseguraba que no fue nunca el apoyo económico el que le faltó, sino la comprensión humana. PRIMERA EXPERIENCIA MISIONERA

El 4 de mayo de 1914, cuando amanecía en Medellín, emprendieron la marcha. Si alguien les hubiera preguntado a dónde iban, no habrían sabido responder exactamente, pues no las aguardaban en ningún lugar, ni se habían fijado en un lugar especial. Iban a Dabeiba. Pero, si hubiesen sabido que allí no podían encontrar indígenas, hubieran alargado el camino. Sólo buscaban indígenas. Laura les advertía: - Miren, el esposo que hemos elegido, no ensilla, ni desensilla, no toma la mula, ni sube a la esposa... ¡Así que a aprender a hacer todas estas cosas!
 
 En Frontino los moradores intentaron hacerlas desistir. Laura les contestó que ninguna de ellas estaba dispuesta a declararse derrotada sin dar el primer disparo. Estaban decididas: ¡Vamos a Dabeiba! - ¿A morir? -les preguntaron. - Sí, a morir o a fundar una misión. Contra viento y marea llegaron a Dabeiba. Allí les esperaban trabajos pesados, calor asfixiante, algo de hambre, mucha sed, mal sueño, peor lecho, opiniones opuestas, sospechas, falta de sacramentos, de iglesia, de altar, de sagrario. Fue el pan diario de las misioneras. Necesitaban curtirse para aguantar lo que les esperaba. Efectivamente, ni los mismos favorecidos quisieron entender su obra bienhechora; y menos aún los caciques y gamonales que vieron en Laura un peligroso contrincante. Los indígenas no podían explicarse el cariño, las delicadezas y el desinterés de las misioneras. Siempre habían sido tratados como mulas y hostilizados. Los "civilizados", acostumbrados a mirar a los indios como seres peligrosos, sucios, ladrones, ociosos, viendo que las misioneras les trataban con cariño y hasta les daban de comer en sus mismos platos, se escandalizaban. Llegaron a decir que las misioneras se casaban con los indígenas y que Laura malgastaba el dinero del gobierno regalándolo a los indígenas para que la llamaran "madrecita". Algunos pretendían que Laura con su influencia obligase a los nativos a desocupar sus tierras, para poder explotarlas ellos impunemente, en provecho propio. En la Gobernación hubo personas más sensatas: viendo que Laura era la persona más indicada para ayudar al indígena a encardinarse en el contexto nacional, le asignaron un salario para ella y otro para una compañera, como maestra de escuela de nativos. Así tenían con qué sustentar a la comunidad. MISIÓN DIFÍCIL En medio de la admiración de unos y el desprecio de otros, Laura y sus compañeras siguieron su camino con decisión. Ella les decía: - No esperemos que nos entiendan o que nos aplaudan. Contentémonos simplemente con que se queden boquiabiertos. Una cosa, especialmente, constituía un escándalo para el contexto sacral de ese tiempo: era un delito absolutamente indigerible para clérigos y religiosas el hecho de no tener las misioneras un sacerdote a su lado, ni iglesia, ni sagrario. Aquello de no comulgar diariamente y de no oír misa con frecuencia, era inconcebible. Todos sus sacrificios, su abnegada dedicación al prójimo y la resistencia a las más variadas y pintorescas calumnias, no tenían mérito alguno para los leguleyos que juzgaban todo progreso espiritual a partir del acercamiento visible a los sacramentos. Con el fin de poder alcanzar su ideal y realizar la misión para la cual se sentía Ilamada por Dios, Laura tuvo que romper con todos los convencionalismos de la época. Sólo así logró dar a la mujer la posibilidad de realizar tareas que hasta entonces habían estado reservadas a los hombres. Esto explica también en parte las persecuciones de los "buenos", que no lograban entender por qué se encaprichaba en realizar empresas que la mayoría de los hombres no tenían el valor de cumplir. Ahora el camino estaba abierto. Cuando Laura se lanzó a incursionar por tierras indígenas acompañada de otras generosas muchachas, ni siquiera se imaginaba que en el futuro tales incursiones se regularizarían y serian consideradas muy normales. Tampoco podía prever que no muchas décadas después sería más frecuente ver laicos dedicados a misionar. En su tiempo no se podía todavía pensar que se fuera misionero sin pertenecer a una comunidad religiosa. Sin embargo, Laura había sufrido verdaderas decepciones al constatar las exigencias religiosas para dar comienzo a un apostolado en lugares difíciles. Le parecía un contrasentido, tratándose de imitar a Jesucristo, ¡que no tenia donde reclinar la cabeza! Eran cosas que ella no entendía. Pero movida por la evidencia de la necesidad, quería abrir nuevos caminos, aunque fuera contra el parecer de las personas "entendidas y prudentes". No por nada había dicho: - ¡Locas ha habido en todos los siglos! Tampoco hubiera pensado jamás que ese grupito de jóvenes generosas que la siguieron en Dabeiba serían tantas después de pocas decenas de años que se expandirían por Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá, Honduras, Chile, Perú, Guatemala, y... llegarían hasta África. Porque ya su ideal se había clarificado perfectamente: trabajar por el bien de indígenas, cristianos o no; de no cristianos, nativos o no; de semicivilizados y también de civilizados en tierras de misión. No le fue fácil mantenerse en este carisma. Muchas veces fue solicitada a emprender obras en lugares no "misioneros": abrir escuelas para mestizos, trabajar en parroquias necesitadas, detenerse "cerca" de los indígenas, "donde también había tanto que hacer". Siempre se resistió: Dios la Ilamaba para los nativos, no para realizar obras de beneficencia. Su trabajo apostólico específico era la itinerancia, puesto que las condiciones de vida de los nativos obligaban a eso. Además era viviendo con el indígena, en sus mismas condiciones, como se podía ganar su confianza y demostrarle el verdadero amor. Así lo entendía Laura. La mayoría de los sacerdotes y buenos cristianos de Medellín consideraban que el modo adecuado para "reducir" a los indios era a base de dureza y disciplina. Laura, en cambio, quería ganárselos con el cariño y la convicción. ¡Era como ir contracorriente! Pero era evangélico. Laura estaba decidida a no cambiar de método. En Dabeiba se instalaron en una casita miserable, de una sola pieza. Muy pronto se hicieron sentir la sed y el hambre. Pero, como se habían preparado para chocar con esa realidad, ninguna de ellas se molestó. Pronto se organizaron y abrieron una escuela para varones, algunos de ellos ya mayorcitos. Comenzaba a cumplirse el sueño de Laura de enseñar a los indígenas llevando como ejemplo una vida de perfección. MÁS ALLÁ En los primeros días de su estancia en Dabeiba conocieron a un indígena anciano que iba al pueblo a vender fruta. Lo llamaron y entablaron un diálogo con él, que Laura consignó en su autobiografía. - Yo quiero pa preguntar: ¿A qué viniendo vos aquí? - A enseñar a los indios la ley de Dios. Después de pensar un poco agregó: - ¿Eso, vos sola u otro mandó? ¿Mandó gobierno? - No -le contestó Laura-. Gobierno no mandó, Dios sí mandó. - ¿Ónde topates a Dios? - En Medellín. - Indio no atiende (aprende). Libre sí atiende, porque es alma. - Indio también tiene alma -replicó Laura. - Vos no sabé, indio no es alma. Tenés que ir otra vez tu tierra, porque indio no gusta vos... Eran las prevenciones que había que derribar, para poder penetrar en el corazón de los nativos y hacerles un poco de bien. La mayor parte de los habitantes de Dabeiba vivían amargamente. Paludismo, úlceras, diarreas, langostas... aumentaban la miseria y la pobreza. A la predicación del Evangelio, Laura y sus compañeras unieron el entusiasmo en el trabajo agrícola, en la atención de los enfermos y el cuidado de los menesterosos. ¡Y cuántos eran! Un día -era el año 1917- un indio anciano le dijo: - Ve, madre, ¿si querés buscar más almas pa tu Dios? - ¡Cómo no! -contestó Laura. - Pues entonces caminá a San Pedro de Ure, que allá hay muchas y no saben de Dios nada. ¡Brutos todos los de esa tierra! Ure era desconocida por todos. No existía camino para Ilegar, sino senderos de montaña en medio de la selva enmarañada. No había ni médico, ni sacerdote y era habitado sólo por negros que vivían allí desde el tiempo de la Colonia. Los nativos vivían a mucha distancia del pueblito, pero desde allí se los podía alcanzar. Esto bastaba para Laura. Se quedó un tiempo, hasta consolidar la obra. Al despedirse un indígena convertido, le dijo: - Dile a tu Dios que Zorrito quiere verlo, vivo o muerto. ¡Y que está siempre a sus órdenes! ÚLTIMOS SINSABORES Hacía poco que Dabeiba había sido constituida en Prefectura Apostólica, y su primer prefecto fue el Padre José Joaquín Arteaga. En un principio pensó que las misioneras eran las más indicadas para ayudarle en su obra. Luego, creyendo tener atribuciones absolutas, quiso revisar y cambiar el carisma de Laura e imponerle la Regla de su Orden. Monseñor Crespo comprendió el peligro y se opuso frontalmente. El resultado fue que poco después el prefecto apostólico le hizo saber que él proveería convenientemente el cuidado de los nativos prescindiendo de las misioneras. Pero no tardó mucho en comprender el error que había cometido y comentó a unos de sus colaboradores: "Las misioneras de Laura eran capaces de acercarse al indígena sin humillarlo. Éstas que ahora tengo pretenden hacerse servir por ellos para poder ellas predicarles el Evangelio". Como si no bastara con eso, seguían las acusaciones inverosímiles. Laura decidió acudir al obispo para consultarlo. Lamentablemente éste le aconsejó que abandonara todo y se retirase "a un rincón". Los enemigos le pidieron que renunciase a ser superiora general. Laura accedió. Pero no lo aceptaron sus compañeras. Y volvió a su cargo. En 1927 le anunciaron que un visitador apostólico haría una investigación exhaustiva de la congregación, que poco a poco se había consolidado. Ella lo aceptaba todo con fe. Sabía que la obra era de Dios y en tan buenas manos no podía fracasar. Las contrariedades la habían fortalecido continuamente. Su confianza en el Señor era ya inquebrantable. Necesitaba hacer aprobar canónicamente su Congregación. Aun en esto encontró dificultades. No se desanimó. Sabía que la aprobación llegaría exactamente cuando eso fuera la voluntad de Dios. No alcanzó a verla. En 1940 trasladó la casa madre a Medellín, la ciudad donde había dado sus primeros acertados pasos de pedagoga. Allí residió los últimos nueve años de su vida, casi siempre sentada en una silla de ruedas. Cuando se le hizo imposible visitar a sus queridos indígenas, disfrutaba de lo que las hermanas le contaban. Murió en Medellín el 21 de octubre de 1949. Tenia 75 años. CARISMA MISIONERO Uno de los puntos básicos de los grandes misioneros lo constituye el campo de los deseos. Viene a ser como el termómetro de su amor. Para Madre Laura, todos los deseos desaparecen si no son los mismos de Dios; ya no quedan más deseos que los intereses del Señor: su gloria y la salvación de las almas. Todos los puntos de su espiritualidad Ilevan a la misión y a la urgencia de hacer conocer y amar a Dios por parte de todas las personas. Es una misión que se dirige especialmente a los más pobres y alejados. Al experimentar la misericordia de Dios en la propia nada, siente la necesidad imperiosa de comprometerse en la misión. Los deseos de perfección y de entrega total se manifiestan vivos gracias a la sintonía con los planes salvíficos de Dios. Para Madre Laura, la misión de hacer amar a Dios orienta toda su vida y todas sus preocupaciones, aun las mismas ansias de perfección. Durante su estancia en Roma y previendo que debería esperar por mucho tiempo, había planeado un viaje a Túnez y Argelia, con vistas a conocer mejor "lo que son los infieles no salvajes". Su carisma misionero "ad gentes" lo dejó plasmado en estas palabras: "Dios permitió que antes fuéramos misioneras que religiosas, para que la experiencia del apostolado y la formación misionera misma dictaran una regla completamente adaptada al género de trabajo apostólico que requieren los infieles y salvajes". Dios Padre de todos es el pensamiento central de la espiritualidad misionera de la Madre Laura. Ella experimentó el corazón tierno y misericordioso de Dios. Todos los seres humanos, sobre todo los más pequeños y marginados, también están llamados a participar de este amor. Los deseos ardientes de comunicar a todos este amor, por medio del bautismo, se convierten en ansias de martirio o de un trabajo sin descanso, para hacer conocer y amar a Dios. Parece una locura, pero es el lenguaje del amor: - ¡Cosa rara, Padre mío! ¡Me siento más capaz de dejarme despedazar y reducir a lo último que dejar de pensar en trabajar por los pobres infieles! Hasta el cielo me parece que debe aguardarme a que bautice a todos los infieles, antes que inundarme de sus delicias. Su vida se reduce al solo deseo de que Dios sea glorificado. A veces es un deseo tan vehemente que consume toda la existencia, a modo de "agonía" por morir ya de una vez a todo lo que no sea Dios y hacerse, de este modo, instrumento de glorificación del mismo Dios: "No tengo otro deseo que el de veros glorificado en todo el mundo". La vida queda, pues, consagrada a la gloria de Dios y, concretamente, a la salvación de todos los hombres, especialmente los que todavía no son cristianos. Esta consagración es la que da sentido a la consagración religiosa de las misioneras Lauritas. "Hice entonces unos ejercicios sola, encerrada en la casa y en ellos mi alma definitivamente quedó consagrada a la gloria de Dios, única cosa que me quedó delante, es decir, en el alma, pero comprendí que no se la daría sino trabajando por las almas de los infieles con todas mis fuerzas. Hice un propósito a manera de voto, de pasar por encima de todos los sacrificios imaginables por llegar a realizar la obra de los indios. Nada me detendría, dirigida por supuesto por la obediencia". La idea de victimación y de holocausto está, pues en esta perspectiva de un ansia por la salvación de todos los hombres. Dios quiere necesitar de nuestro sufrimiento. El modo concreto de esta inmolación será la aceptación gozosa de las dificultades, de la enfermedad y de la persecución: "Nuestro Señor necesita víctimas y yo creo ser el holocausto ofrecido para atraer las gracias de la Congregación y para la salvación de los pobres infieles y pecadores, así como para atraer bendiciones sobre la Iglesia, ya que no puedo hacer nada en el apostolado externo, por mi enfermedad e inhabilidad...". En general han sido los misioneros varones quienes han abierto nuevos campos de misión, a los que luego se sumarían las misioneras. El caso de Madre Laura es, a veces, en sentido inverso. Ella Ilega donde los misioneros todavía no habían podido llegar. La razón de esta audacia hay que buscarla en una profundización de la feminidad, a la luz de la virginidad y de la maternidad de María y de la Iglesia. Madre Laura no duda en llamarse a sí misma "madre de los infieles", movida por un amor materno que proviene del encuentro contemplativo con el amor paterno de Dios. PROCESO DE CANONIZACIÓN HACIA LOS ALTARES Ya en su misma vida y entre muchos que la trataban o conocían de cerca, la Madre Laura tenía fama de santa. Al morir fueron muchos los que en la misma prensa hablaron de sus virtudes heroicas, de sus inmensos servicios a la Iglesia y de una posible y deseable candidatura a la gloria de los altares. En 1954, la Madre Socorro, sucesora de la Madre Laura en el gobierno del Instituto, empezó a preocuparse de que se investigara, se estudiara y se escribiera la vida de la Fundadora. Desde julio de 1957 se comenzó tal investigación, en el Archivo general de la Congregación, conservado entonces en la Casa-Madre de Belencito. Seis meses empleó el primer biógrafo en revisar papeles y documentos. Era patente que había una base documental copiosa, sólida, convincente para iniciar un proceso con garantías de resultado favorable. De ese Archivo salía esplendorosamente una figura de santidad apostólica, única en no pocos aspectos. Una figura con un gran mensaje nuevo y eterno. Se podía, se debía pensar en un proceso de Beatificación. En Roma el Cardenal Larraona, conocedor y admirador de la Madre Laura a quien catalogaba entre las egregias místicas de la Iglesia, otorgaba muy gustoso las licencias convenientes. VEAMOS AHORA EL ITINERARIO DE TAL PROCESO 1963, junio 24: Medellín. Se realiza la apertura del proceso informativo sobre los escritos y fama de santidad de la Madre Laura; en ese mismo día el señor Arzobispo decreta sea llamada "Sierva de Dios". 1964, mayo 14: Medellín. Clausura del proceso informativo. Los documentos fueron enviados a Roma, a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos. 1976, enero 20: Roma. El Congreso de Cardenales da el voto favorable para la introducción de la causa de beatificación de la Sierva de Dios. 1976, abril 5: S.S. Pablo VI autoriza la introducción de la causa de beatificación. 1976, abril 25: S.S. Pablo VI firma la aprobación del Decreto NON CULTU que atestigua no haberse dado culto publico a la Sierva de Dios, sino únicamente privado. 1976, agosto 16: Medellín. Apertura del Proceso Apostólico sobre la heroicidad de las virtudes de la insigne fundadora. 1977, diciembre 19: Medellín. Clausura del proceso apostólico. La documentación se entregó a Mons. Tulio Botero Salazar, Arzobispo de Medellín, quien designó a la Madre Teresa de Jesús Martínez, Superiora General, para entregarla a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos. 1985, noviembre: Se nombra e instala en la Curia Arzobispal de Medellín un tribunal eclesiástico presidido por el Excmo. Sr. Roberto López, obispo auxiliar, para el estudio de un milagro atribuido a la Madre Laura. Se concluye el 3 de diciembre y las actas de tal proceso son enviadas a Roma. 1986, enero: informaciones recibidas de Roma aseguran que la causa se adelanta favorablemente. 1991, enero 22: Fue declarada VENERABLE. La prensa colombiana anticipa noticias sobre la pronta beatificación de la Madre Laura. Pidamos a Dios que así sea. De esta manera Dios será glorificado en esta admirable misionera y Colombia tendrá su primera santa. En julio de 2003 es declarada Beata. ************** ¿Quieres comprometerte con Cristo en la obra evangelizadora de la Iglesia Misionera al estilo de Laura Montoya Upegui? ¡Cristo cuenta contigo...! CARACTERÍSTICAS DE NUESTRA PRESENCIA EVANGELIZADORA Inserción en las comunidades indígenas y demás grupos humanos, para facilitar la inculturación del Evangelio. Itinerancia que nos exige acompañamiento a las comunidades. Obras y actividades que respondan a las exigencias de la Iglesia y realidad de los pueblos que acompañamos. Evangelización y promoción integral de las comunidades, para fomentar el surgimiento y crecimiento de iglesias autóctonas. Apoyo y acompañamiento a las organizaciones indígenas, mestizas y afrocolombianas. Mayores informes: calle 41 No. 27A-09. Tels. 3687258 - 2720905 Bogotá D.C.

AMOR INDIGENA


Dr.  Eduardo vasco G
Era en el rincón de nuestras selvas primitivas, Las tierras invioladas del Panzenu tenían como única señora a Tota, la más hermosa de las Cacicas. En delicioso valle circundado de arroyuelos  murmuradores se levantaba por encima de los otros el bohío que de palacio le servía.
Un bosque de Hobos y de Ceibas sombreaba el contorno y en las ramas variados pajarillos anidaban y el concierto armonioso de sus cantos alegraba el retiro de aquella mujer encantadora.
El quinto mes del año, a la vez que torrenciales aguaceros, había traído vistoso acopio de flores perfumadas, que dispersas aquí y allí parecían amables realidades en un abierto campo de esperanzas.
Aquel día la Cacica habíase levantado antes que el sol y dos profundísimas ojeras circuían  aquellos ojos que tenían fosquedad tenebrosa de cavernas. En vano las esclavas se esforzaron por serenar su agitado pensamiento y en vano traíanle el recuerdo del cacique Panquiaco su prometido, quien debía tomarla por esposa antes de que espigaran los maizales. Y Zenubaiba la eslava favorita, no encontraba la manera de calmar  la ansiedad se su señora. El día anterior había hablado de los hijos del sol que se acercaban, de sus barbas rubias como la flor del  Arrayán y de sus ojos que quemaban como brazas encendidas.  Porque Zenubaiba había   conocido en las costas a los primeros españoles, aprendido su lengua y experimentando el dulce martirio de sus fogosos amores. Y habíales dicho todo esto a la cacica entre un torrente de palabras ardorosas, llenas de imaginación y de nostalgia.
¡Zenubaiba!  Dijo Tota con insegura voz: Cuelga de los árboles la hamaca, que quiero sumergirme hoy en la sonrisa de mi padre.
La esclava obedeció y poco después, las manos y rodillas en tierra, esperaba que las plantas reales se posaran sobre la armonía de sus curvas para alcanzar el cómodo columpio tejido primorosamente con hilos de colores.
La cacica se reclinó silenciosamente y se quedó pensativa, perdida quien sabe en qué románticas visiones. Al fin murmuró lentamente: ¡Zenubaiba, háblame de los extranjeros!  ¡Ah!, Señora: Una vez te he hablado de ellos y estoy triste por que la humildad de mi palabra penetró en tu alma. Pero olvídalos que ya se acerca; mira ya revientan las primeras mazorcas.
_Y decías,  Zenubaiba Que son sus barbas doradas como el fruto de los Hobos _Si, Señora, pero sus labios son venenosos como la hiel de las serpientes.
_Y decías que prenden flores del lado del corazón sobre la pompa de sus vestidos Si, Señora, pero al instante se marchitan calcinadas por el calor de horno que sale de su pecho.
_Oye, Zenubaiba, cuando hayan amarillado las ciruelas y cuando el arco de nubes vuelva rodear la luna iremos a ver a los extranjeros. _Señora: Buziraco el espíritu del mal dicta tus palabras; recuerda que mañana ha de venir Panquiaco a visitarte.
Un suspiro hinchó el pecho de la hermosa reina y ambas quedaron en silencio. Aquella noche cuando Tota fue, como de costumbre, a decir la oración al salón en donde, entre hilos de oro y sartales de perlas, yacían momificados los cadáveres de sus antepasados, lloró sobre la momia de su madre y le pidió con fervor dormirse un día sobre el corazón de un extranjero después de acariciar su barba rubia.
Pasaron dos lunas, lentamente, como si un acontecimiento presentido fuera a sacudir el silencio de aquellas selvas apacibles.
Por fin a la caída de una tarde la intensa algarabía de la tribu anunció a la Cacica el arribo de los conquistadores. Columpiábase ésta como de costumbre a la entrada de su mansión  y al escuchar la nueva, una ansiedad indescriptible se pintó en su semblante y sus labios temblorosos balbucearon frases entrecortadas y confusas.
La expedición avanzó  con arrogancia entre el pavor de los atónitos salvajes, precedida por don Francisco, aquel portugués aguerrido y valiente, quien  a la vista de aquella mujer pálida y bella que se le parecía como una Divinidad de la montaña, se irguió sobre los estribos, descubrió con bizarría su cabeza y barrió la arena a la usanza española con las plumas del chambergo.
Don Francisco buscó con los ojos el cementerio y preguntó:_ ¿Que quieren decir, señora, esas campanas de oro que penden de los árboles? Calla extranjero, que ellas me recuerdan el juramento: Campanas o flores; en ellas simboliza mi raza sus sentimientos. Estas que veis  aquí sobre mi pecho indican que ya soy comprometida; pero... Son flores nada más... Si, flores que ofrecidas por ti valdrían más que el oro de tus campanillas.
Ya sabía yo que amabas las flores; toma estas ajadas por el golpear de mi corazón y quémalas como un sacrificio sobre el tuyo...pero vete que el espíritu comienza a enturbiar el horizonte; vete que la tribu se apresta ya contra vosotros.
A la verdad, sordo murmullo comenzaba a levantarse y gritos como reproches salían de la multitud. Pero nada de esto oía el ardiente conquistador.
_No puedo exclamó con arrebato_ no puedo abandonar tus labios._ Si, haces bien, porque los míos no tienen como los tuyos el veneno de las serpientes.
En aquel momento el canto monótono y triste de una tórtola abrió en las almas una roja flor de presentimiento. Y la Cacica agregó casi llorando: _Tengo miedo por ti, oh extranjero, aléjate; yo sabía que eras solo una flor para mí ...una flor...Dame tus labios hermosa reina _exclamó con voz ronca Don Francisco _Dame tus labios que me muero de sed _repitió mientras saltaba del caballo y hacía rechinas sobre la arena la rodaja de su espolín dorado.
Entonces la Cacica, como una fiera en celo, tomó por las manos, exclamando:
_Tómalos extranjero, tómalos y enseguida se arrojo en sus brazos. Un beso robusto y sonoro como un golpe de agua sonó bajo la fronda entre el estupor de los circunstantes. Pero inmediatamente una flecha envenenada hendió el aire y fue a clavarse en la garganta mórbida de Tota. Un alarido formidable se alzó de la tribu y las campanas del vecino cementerio repicaron sordamente, en tanto que la Cacica caía exánime a los pies del conquistador, murmurando:  _ Me han envenenado tus labios extranjero... ¡Que dulce veneno!...el amor y la muerte...flores..nada mas que flores.
Un rugido salió de la garganta de Don Francisco y una lágrima como un incendio calcinó sus mejillas. Después aquellas manos hechas para la brega y el combate, cerraron dulcemente los bellos ojos moribundos.
Allí cerca, en las ramas de un Hobo la tórtola seguía su tonada melancólica y allá en el horizonte temblaban ya las primeras estrellas.

EXPLICACION DEL HIMNO A DABEIBA


EXPLICACION DEL HIMNO

Recopilado de una cinta magnética
El himno del municipio fue escrito por el profesor y escritor Don Nicolás Gaviria E. Quien en cumplimiento de su misión educadora se desempeñó en municipios del Occidente de Antioquia; Y musicalizado por el maestro Carlos Vieco Ortiz, hombre de gran respeto y admiración en este género.
En cada una de sus estrofas nos trae a la memoria esos momentos en los cuales sus hombre marcaron un hit para la historia de esta provincia y que con este los inmortalizaron.
El coro principia con una evocación histórica. La historia de Antioquia comienza por el mar cuando los nautas de ultrapuertos ponen sus plantas en las tierras aledañas al golfo de Urabá, en donde fundan las ‘primeras ciudades continentales de América, San Sebastián y Santa María La Antigua; Ya entonces fue famoso el mito de Dabeiba, divinidad bienhechora del tesoro Dabaibe mal que atrajo conquistadores al área Katia, por eso dice el texto del coro que de aquel confín del tiempo de aquellas legendarias comarcas de Urabá saturadas de sol y de mar brotó la celebridad de la hidalga tierra en cuyo honor se canta un cálido himno de Gloria.
La primera estrofa, recuerda las heroicas luchas de los Katio por defender su independencia, la espada de los más aguerridos castellanos dicen los cronistas de la época resultó impotente para someter las tribus indomables. Por eso “Ante el bélico dardo Katio nada pudo la espada del Cid”; fracasada la violencia de las armas fue la comunión de las razas en el sacramento del amor la que trajo la pacificación de la comarca intolera.
La hermosa princesa indígena Amerindia hermana del cacique de Urabá, símbolo vernáculo de aquella fusión de razas, expresión humana de la América india al contraer matrimonio con el capitán español Julián Gutiérrez. Hizo en su compañía siete viajes de paz en las atormentadas regiones que besa el mar caribe consiguiendo lo que la espada no había logrado.
Y como Amerindia abrió el camino a la unión de sangre en occidente, en América fue el símbolo del porvenir de la cultura mestiza, de la pacificación de los pueblos, por eso decimos” Fue el amor de la noble Amerindia el camino que abrió el porvenir”.
En la segunda estrofa, canta el esfuerzo del trabajo que hizo retroceder la selva para que surgiera la ciudad y consagra un tributo de gratitud al ilustre Dr. Juan Henrique White, hijo de Albión Inglaterra, varón de inolvidable memoria quien trazó las hermosas simétricas y armoniosas calles de Dabeiba intuyendo su prospero futuro, por eso decimos “Del Albión un varón inmortal”.
En la tercera estrofa, las aguas del río Sucio salmodiando a su paso por Dabeiba son el canto del agua a la ciudad y la feracidad de los campos es como la vestidura que lo atavía y la exorna; pero hay algo mas, la fe que enseña el respeto a la vida y el derecho que exige la convivencia pacífica consagra a Dabeiba en estos tiempos de zozobra e inseguridad como un remanso de paz, titulo que hoy ostenta la ciudad de ahí que digamos” Te salmodia Dabeiba tu río, te engalana tu tierra feraz y el respeto a la fe y al derecho te proclaman remanso de paz”.
En la cuarta estrofa, como lo preveo así lo vaticino seguro de que el tiempo se encarga de probarlo, Dabeiba será una gran ciudad la mas importante y populosa del occidente antioqueño cuya supremacía se extenderá desde el último rivasto de nuestra cordillera Andina, del oeste hasta las playas del mar Caribe, es decir “ desde el último alcor de los andes hasta el linde antioqueño del mar”.
La última estrofa es un canto de afecto a la ciudad, una exaltación de su fecundidad incomparable de la atmósfera de trabajo y de paz que allí se respira y de la hospitalidad que brinda a los extraños quienes jamás pueden olvidarlo, por eso le cantamos” Oh fructífero seno materno, oh ciudad del trabajo y la paz, quién gozó de tu próvido suelo olvidarte no puede jamás.